Se agazapó en el suelo como un felino, preparado para lanzar el ataque. Sobre su cabeza, la hierba ondeaba en su continuo vaivén, en un oleaje eterno de verdes y frescos. Se estremeció ligeramente, hacía frío. Aferró la lanza con fuerza y se aseguró de tener el arco y las flechas a la espalda. La noche caía y aunque toda la tribu sabía que no se debía cazar de noche, él estaba dispuesto a hacerlo. Les demostraría a todos de lo que era capaz. Era un guerrero y nadie podría decir lo contrario nunca más.
El bisonte púrpura rumiaba con tranquilidad, estaba muy lejos de la manada pero nada parecía perturbar su estado de ánimo. Kiyu entrecerró los ojos cuando la bestia levantó la testa por encima de las olas. ¿Habría notado su presencia? Aguantó la respiración, elevó una plegaria a los héroes del pasado, que oteaban su hazaña desde las estrellas. Se mantuvo inmóvil durante un largo minuto hasta que el animal volvió a zambullirse y a masticar relajado.
Y entonces, de repente, el bisonte mugió y se alejó espantado. El joven piel verde notó que la tierra temblaba bajo él. ¿Qué estaría pasando? No fue hasta que escuchó el llanto que lo supo. Sonaba con un terremoto o una gran tormenta. Al darse la vuelta descubrió lo que pasaba: Yanilus, el Bebé de Roca, se había vuelto a escapar de casa de sus padres.
Este es un paseo por Fantasía para regalar un pequeño homenaje al gran Michael Ende.
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