El camino era largo. Hacía mucho calor. Levantó la mirada y encontró a lo lejos el primer vistazo de su destino. Aún estaba a varios kilómetros de la Torre. El sendero ascendía pesadamente a pleno sol. A un lado y a otro quedaban restos de un incendio. Algún árbol superviviente se mantenía verde y fresco, del resto quedaban solo tocones negros o ramas desnudas y retorcidas.
Tenía que llegar, toda su aldea dependía de que lo consiguiera. Se palpó el costado y descubrió que aún sangraba. Tenía tanta sed... Arrastraba los pies en una cadencia continua y regular, demasiado lenta. Le costaba arrancar cada paso al agotamiento y aún así, continuaba adelante, se lo había prometido a los demás. No se escuchaba a ningún animal cerca, su única compañía era el ulular de un viento fuerte y el polvo que jugueteaba a meterse en sus ojos.
Fueron horas interminables. Finalmente llegó al pie de la Torre. Cayó de rodillas al suelo y se arrastró hasta el portón de madera y bronce. Se levantó a duras penas y aferró con debilidad el pomo con forma de dragón. Golpeó tres veces, tal y como el mago le había enseñado. No apareció nadie, el hechicero no estaba en casa. Murió sabiendo que su último esfuerzo había sido en vano.
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