A Nim siempre le había gustado el amanecer, ese cruce entre la noche y el día que despertaba al mundo. Aunque en ese momento el alba solo servía para la desesperación. Apenas eran medio centenar de defensores. En el exterior de las murallas rugían miles de enemigos.
Durante la noche había albergado alguna esperanza. Quizás alguno de los enviados había llegado a Lundring con la petición de ayuda. A pesar del cerco. Orcos, trasgos y ogros habían tejido un sitio impenetrable. Nadie sabía quién comandaba aquellas tropas, pero eran demasiado disciplinadas y estaban demasiado bien pertrechadas. Había algo más, había alguien más. Y les había atrapado. Eran presas a la espera del cazador. Probablemente todos estaban ante sus últimos minutos de vida.
Había fracasado. Siempre había querido ser capitana de aquel baluarte, demostrar a todos que era la mejor. Nadie se había esforzado más. Nadie había luchado tanto. Era la única mujer en aquel regimiento, pero era la mejor de todos. O eso había creído. Ahora solo sería otra baja. ¿Había valido la pena? Y entonces sonó el cuerno, lejano y tembloroso, apenas un zumbido. Y Nim sonrió. Nada había acabado aún, todo estaba por decidir.
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